¿Tienes misofonía? No estás exagerando: tu sistema nervioso está desregulado
Vivir con misofonía no es solo lidiar con sonidos molestos. Es convivir con una activación nerviosa intensa que muchas veces ni siquiera puedes explicar. Si sientes que los sonidos te invaden, te alteran o te hacen querer huir, no es una exageración: tu sistema nervioso está reaccionando porque no se siente seguro. Y eso tiene nombre: desregulación.
Una de las claves para entender esta reacción es un concepto de la neurobiología llamado ventana de tolerancia. Te lo explicamos paso a paso.

¿Qué relación tiene la ventana de tolerancia con la misofonía?
La ventana de tolerancia es un término propuesto por la psiquiatra Dan Siegel que describe el rango óptimo en el que nuestro sistema nervioso se siente seguro, presente y en equilibrio. Es esa zona en la que podemos:
Pensar con claridad
Sentir sin desbordarnos
Tomar decisiones con calma
Relacionarnos sin reaccionar impulsivamente
Cuando estamos dentro de esta ventana, nuestro sistema nervioso autónomo (el que regula las funciones involuntarias del cuerpo) está regulado. Pero si algo nos activa demasiado (estrés, trauma, o en el caso de la misofonía, ciertos sonidos), salimos de esa ventana.
La misofonía no es simplemente “molestia por los sonidos”. Es una condición en la que determinados sonidos desencadenan respuestas automáticas e intensas del sistema nervioso, como si estuviéramos en peligro.
¿Qué tipo de sonidos pueden actuar como disparadores?
Masticar
Respirar ruidosamente
Teclados, clics, relojes
Sonidos repetitivos o inesperados
Estos estímulos, que para la mayoría son neutros o apenas molestos, para alguien con misofonía son descargas directas al sistema nervioso. En milésimas de segundo, el cuerpo reacciona: sudoración, tensión muscular, irritación, necesidad urgente de escapar o bloquearse.
Esto ocurre porque esos sonidos nos sacan de la ventana de tolerancia. El cerebro interpreta ese estímulo como una amenaza, y activa mecanismos de defensa automáticos, aunque sepamos racionalmente que “no es para tanto”.

¿Cómo se entrena el sistema nervioso para volver a la ventana de tolerancia?
Salir de la ventana de tolerancia significa que el sistema nervioso entra en un estado de supervivencia. Hay dos formas principales de desregulación:
Hiperactivación: cuando todo se siente demasiado
Es una respuesta de lucha o huida. Puedes sentir:
Ansiedad repentina
Enfado o irritación desproporcionada
Aceleración del ritmo cardíaco
Pensamientos rápidos, necesidad de controlar o escapar
Hipoactivación: cuando el cuerpo se desconecta
Es una respuesta de congelamiento. Puedes notar:
Sensación de vacío
Cansancio extremo o desconexión emocional
Dificultad para hablar, pensar o moverse
Una especie de “apagón” interno
Ambas respuestas son formas en que el cuerpo intenta protegerse, pero fuera de la ventana de tolerancia, es difícil pensar con claridad o comunicarnos de forma funcional.
Aquí es donde entra la esperanza: la regulación se puede aprender. Entrenar al sistema nervioso para que sea más flexible no es forzarte a “aguantar” el sonido, sino desarrollar recursos que le enseñen a tu cuerpo que está a salvo. Este proceso es:
Gradual
Individualizado
Y profundamente corporal
Primer paso: comprender que no estás exagerando
El primer cambio empieza en la narrativa interna. Saber que tu reacción no es “drama” ni “manipulación” sino una respuesta fisiológica legítima, te ayuda a dejar de luchar contra ti misma/o.
Segundo paso: aprender a identificar tu estado
Antes de regularte, necesitas detectar en qué estado estás:
¿Estoy acelerado? ¿Siento ansiedad?
¿Estoy desconectado o adormecido?
¿Estoy presente y regulado?
Esta autoobservación es la puerta de entrada a la autorregulación.
Tercer paso: usar el cuerpo para regularse
No se regula desde la mente, se regula desde el cuerpo. Algunas herramientas efectivas son:
Respiración diafragmática
Movimiento suave (caminar, balancearse, estirarse)
Estimulación del nervio vago (voz, canto, gárgaras, zambullir la cara en agua fría)
Técnicas de anclaje sensorial (presión, calor, texturas agradables)
Estas prácticas le dan señales al cuerpo de que ya no está en peligro.
Cuarto paso: entrenamiento progresivo y personalizado
No hay una fórmula universal. Lo que calma a una persona puede activar a otra. Por eso el trabajo debe ser:
Adaptado a tus necesidades sensoriales
Progresivo, sin forzar la exposición
Acompañado, si es posible, por profesionales con enfoque somático o neurobiológico
Con el tiempo, el sistema nervioso gana flexibilidad, y lo que antes te desbordaba, empieza a sentirse manejable.
Misofonía: no es aguantar, es aprender a regular
Si tienes misofonía, probablemente has escuchado frases como:
“Tienes que aprender a ignorarlo”
“No puedes pretender que el mundo se adapte a ti”
“Estás exagerando”
Pero la verdad es esta: no estás exagerando, tu cuerpo está reaccionando como si estuviera en peligro real. No se trata de fuerza de voluntad, sino de neurofisiología.
El objetivo no es que los sonidos dejen de afectarte de un día para otro. Es que puedas:
Reconocer tu estado
Acompañarte con compasión
Volver a la ventana de tolerancia
Y desde ahí, relacionarte con el mundo de una forma más segura

La misofonía no es un capricho ni una debilidad emocional. Es una reacción profunda del sistema nervioso que puede trabajarse con conocimiento, herramientas adecuadas y mucha paciencia.
Regulación no significa eliminar lo que te molesta. Significa recuperar la calma después de haber sido activado.
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