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Misofonía: qué es, síntomas, causas y tratamiento

¿Te pone de los nervios escuchar a alguien masticar con la boca abierta o el clic repetitivo de un bolígrafo? ¿Sientes que esos “ruiditos” cotidianos te provocan una reacción desproporcionada, incluso de ira o ansiedad, mientras los demás apenas parecen notarlos? Si es así, puede que no seas tiquismiquis ni “maniático” con los ruidos: podrías estar experimentando misofonía, un trastorno neurosensorial real y más común de lo que crees.

De hecho, investigaciones recientes sugieren que una de cada cinco personas podría sufrir misofonía en algún grado, aunque muchas no sepan siquiera que este término existe. En las próximas secciones te explicaremos qué es la misofonía, cuáles son sus síntomas, en qué se diferencia de otras condiciones (como la hiperacusia o el TDAH), y qué tratamiento podemos ofrecer desde el único centro en España especializado exclusivamente en misofonía para ayudarte a manejar este problema. Prepárate para descubrir que no estás solo y que sí hay forma de mejorar.

¿Qué es la misofonía? Definición y explicación sencilla?

La misofonía –término derivado del griego misos (aversión) y phoné (sonido)– se define, en términos científicos, como un fenómeno neurosensorial donde ciertos sonidos cotidianos específicos desencadenan una respuesta emocional intensa e involuntaria.

En otras palabras, no se trata de un simple disgusto por ruidos fuertes o molestos, sino de una hipersensibilidad selectiva a sonidos muy particulares que, para la mayoría de la gente, pasarían desapercibidos. Estos sonidos desencadenantes (también llamados triggers) suelen ser repetitivos y están a menudo relacionados con el cuerpo o actividades humanas: por ejemplo, alguien masticando, sorbiendo, respirando fuerte, tecleando en el ordenador, haciendo clic con un bolígrafo o arrastrando los pies al caminar, murmullos de los vecinos etc.

Curiosamente, no importa que el sonido sea suave o de baja intensidadno es un tema de volumen–; lo que importa es la naturaleza del sonido y el contexto. Una persona con misofonía puede irritarse enormemente con un murmullo de 20 decibelios (un volumen casi imperceptible) si es un sonido que dispara su misofonía. 

En cambio, otros ruidos más fuertes pero neutros quizá no le afecten tanto.

¿Cómo se siente la misofonía? Imagina que tu cerebro tiene una alarma de incendios interna diseñada para protegerte. En una persona sin misofonía, esa alarma sonaría solo ante peligros reales (ruidos muy fuertes o amenazantes). En la misofonía, en cambio, la alarma es hipersensible: salta con humo de cocina como si fuera un gran incendio. Un simple chasquido de lengua o el crujido de unas palomitas puede desencadenar en el afectado una reacción de alarma: el cuerpo libera adrenalina, el corazón se acelera, aparecen rabia, ansiedad o una urgente necesidad de huir del sonido. Es una reacción automática e inmediata que la persona no puede controlar, por más que lo intente. 

Esta respuesta desproporcionada puede incluir síntomas físicos (tensión muscular, sudoración, presión en el pecho) junto con una intensa emoción de ira, angustia o incluso pánico.

Es importante destacar que la misofonía es un trastorno real, aunque relativamente nuevo y poco reconocido hasta hace poco. Fue identificada por primera vez en el año 2000 por los neurocientíficos Pawel y Margaret Jastreboff, y su nombre literalmente significa “odio al sonido”. Aún no aparece como diagnóstico oficial en manuales como el DSM-5 o la CID-10, lo que a veces genera confusión. Sin embargo, la comunidad científica cada vez tiene más claro que no es una excentricidad menor, sino una condición neurofisiológica: el cerebro de quienes la padecen procesa ciertos sonidos de forma anómala, vinculándolos con respuestas de alerta o amenaza. Más adelante veremos cuáles son las bases neurológicas conocidas de la misofonía, pero quedémonos de momento con esta idea: misofonía ≠ simple manía o manjarrita con los ruidos. Es una reacción aprendida del sistema nervioso, no una elección consciente, y por ello produce un malestar genuino que puede afectar seriamente la calidad de vida de la persona.


¿Misofonía o “manías con los ruidos”? – Por qué no es una simple manía

Una de las preguntas frecuentes cuando alguien conoce la misofonía es: “¿No será que soy un maniático con los ruidos? ¿No será esto solo una manía mía?”. Esta duda es comprensible, porque durante años la misofonía se ha malinterpretado como una excentricidad o una simple manía. Incluso es posible que personas a tu alrededor, al verte reaccionar mal ante ciertos sonidos, te hayan dicho frases como “No exageres, eso es una manía, supéralo o te hayan llamado “tiquismiquis” por pedir silencio. Vamos a aclarar esta confusión de una vez por todas: la misofonía NO es una manía caprichosa, y entender la diferencia es clave para validar tu experiencia.

En psicología cotidiana, solemos llamar “manía” (en sentido coloquial, no patológico) a una preferencia o hábito personal que puede incluir cierto asco o molestia por algo, pero que no interfiere significativamente en la vida ni genera una reacción fisiológica intensa. Por ejemplo, a alguien puede molestarle un poco el sonido de la gente sorbiendo la sopa, y por “manía” prefiere no hacerlo él y le incomoda oírlo, pero hasta ahí llega todo: no sufre un ataque de rabia, no le arruina el día ni le impide seguir comiendo tranquilo. Esa sería una manía inocua.

En la misofonía, en cambio, la reacción va muchísimo más allá de una ligera molestia: es automática, involuntaria y desproporcionada. La persona con misofonía no elige sentir esa ira o esa ansiedad, ni la puede simplemente “controlar con fuerza de voluntad”. No es que sea intolerante o quisquillosa porque sí, es que su sistema nervioso ha asociado profundamente ciertos sonidos con una señal de alarma y responde en consecuencia. No se trata de aguantar o “relajarse”, igual que a alguien con alergia no le pides que “tolere” el polen a base de ganas. De hecho, decirle a un misófono “es una manía, contrólate” suele ser contraproducente: genera incomprensión, invalida lo que siente y añade culpa a la persona, que ya de por sí se cuestiona por qué reacciona así. Muchos pacientes cuentan que antes de saber que esto era una condición real, pensaban que se estaban volviendo locos o que eran defectuosos por no poder controlar esa irritación.

Veamos un ejemplo concreto para distinguirlo mejor: Supongamos que a Marta le molestan los ruidos al comer. Si fuera una manía común, a Marta le desagrada oír masticar, pero lo tolera sin mayores problemas, quizá pone cara de fastidio y ya. Si Marta tiene misofonía, cuando oye a alguien masticar con la boca abierta en la mesa, siente una oleada de ira y ansiedad: su corazón late con fuerza, le dan ganas de gritar o de escapar de la mesa inmediatamente, puede que hasta se le humedezcan los ojos de la rabia contenida. Luego quizá se encierra en el baño temblando o con ganas de llorar de frustración. Esa reacción no es voluntaria ni proporcional al estímulo en términos objetivos; es mucho más intensa. Y la diferencia clave es que Marta con misofonía sufre un deterioro en su vida: evita cenas familiares, come sola en su habitación para no “explotar”, discute con sus seres queridos o se siente mal consigo misma. La persona con misofonía suele acabar condicionando su vida entera para minimizar sus desencadenantes, cosa que en una simple manía no ocurre.

¿Por qué es importante aclarar esto? Porque restarle importancia diciendo “son manías” no ayuda en nada a quien lo padece – de hecho, le hace daño. Cuando el entorno cree que es exageración, la persona con misofonía no recibe validación emocional, se siente incomprendida e incluso ridícula o culpable por reaccionar así.

Esto puede llevarle a ocultar sus síntomas, a aguantarse en silencio (empeorando su ansiedad interna) o a aislarse más para no molestar. En consulta vemos ejemplos reales: pacientes cuyos familiares les dicen “eres una maniática” cuando piden que no mastiquen con la boca abierta, o que son tildados de “antisociales” por llevar auriculares en casa.L ejos de ser “mañas inofensivas”, la misofonía causa un sufrimiento real. Y comprender que no es un simple capricho es el primer paso para ofrecer apoyo adecuado.

Así que, respondiendo claramente: No, no es “una manía”. La misofonía es una condición legítima, con una base neurológica que la explica. No estás exagerando ni eres débil por sentirte así; tu cerebro está programado para reaccionar de esa manera. Y al igual que no culpamos a alguien por tener migrañas o por asustarse en un ataque de pánico, no debemos culpar (ni culparte a ti mismo) por la reacción misofónica. En lugar de eso, conviene buscar comprensión y soluciones (spoiler: existen y hablaremos de ellas más adelante). Recuerda: “manías” o no, tu malestar es válido y merece atención.


Bases neurológicas y científicas de la misofonía: ¿qué dice la ciencia?

 

Puede que te preguntes: “Vale, esto suena muy intenso, ¿pero qué ocurre exactamente en el cerebro de alguien con misofonía? ¿Por qué me pasa esto?”.

La ciencia aún está investigando las causas precisas, pero en los últimos años se han hecho avances apasionantes que confirman que la misofonía tiene un sustrato neurológico real (¡Y no es simple intolerancia voluntaria!).

Resumamos algunos hallazgos científicos actuales sobre la misofonía:

 

  • Hiperactividad en la corteza insular anterior: Uno de los descubrimientos más citados proviene de un estudio publicado en Current Biology. En este trabajo, se analizó con resonancia magnética funcional el cerebro de personas con misofonía mientras escuchaban sonidos desencadenantes. ¿El resultado? Se observó una actividad anormalmente elevada en la corteza insular anterior, una región cerebral clave para integrar emociones y percepciones corporales (por ejemplo, es la zona que se activa con el asco o el dolor). Esta sobreactivación sugiere que, cuando el misófono oye su trigger, su cerebro sobreinterpreta ese sonido dándole una relevancia enorme, como si fuera algo que realmente merece una reacción intensa. Además, el estudio encontró que la conectividad funcional entre la insula anterior y las áreas auditivas y límbicas estaba aumentada. Esto significa que los circuitos que conectan sonido con emoción están hipercableados, haciendo que el sonido trivial se convierta instantáneamente en una señal emocional potente. Es la “alarma de humo hipersensible” de la que hablábamos, vista en acción a nivel cerebral.
  • Diferencias en la estructura cerebral: Investigadores de la Universidad de Newcastle (Reino Unido) –pioneros en este campo– han hallado también diferencias estructurales en cerebros misofónicos. En particular, un estudio con imágenes de alta resolución mostró que las personas con misofonía tenían mayor grosor en la corteza insular. ¿Qué implica esto? Podría ser un marcador de que sus cerebros están predispuestos a procesar de manera intensa ciertos estímulos auditivos. Piensa en la insula como el “centro de monitorización interna”: en misofonía parecería estar más desarrollada, lo que quizá se traduce en una reacción amplificada ante sensaciones que en otros pasan sin pena ni gloria. Otra investigación publicada en The Journal of Neuroscience reportó mayor conectividad entre la corteza insular y la corteza prefrontal ventromedial, una región involucrada en regular emociones y tomar decisiones. Esto refuerza la idea de que la misofonía implica una mala sincronización entre lo que oyes y cómo tu cerebro emocional y racional lo gestionan: la conexión exagerada insula-prefrontal podría hacer que una vez se dispara la emoción por el sonido, al cerebro le cueste “frenarla” o regularla, alimentando ese loop de irritación.

  • Implicación del sistema de “neuronas espejo” (hipótesis motora): Un enfoque interesante de 2021 sugiere que la misofonía podría estar relacionada con la activación de un circuito de neuronas espejo. Estas neuronas normalmente nos ayudan a empatizar imitando internamente las acciones de otros. Pero en misofonía, se ha planteado que ciertos sonidos (ej. alguien masticando) activan en el cerebro del misofónico la sensación del acto correspondiente (masticar) de forma muy incómoda, casi invasiva. Es decir, el cerebro “refleja” esa acción ajena y lo vive como algo intolerable, lo que dispararía la rabia. Este es un campo aún en estudio, pero explicaría por qué muchos desencadenantes son sonidos de acciones humanas repetitivas: puede ser una respuesta aberrante del sistema espejo que genera una sensación de violación de tu espacio personal o algo similar.

  • Posible predisposición genética: ¿La misofonía se hereda? Por ahora no hay una respuesta firme, pero hay indicios de que podría haber un componente genético. Un estudio publicado en PLOS ONE encontró que muchas personas con misofonía reportaban familiares de primera línea que también la sufrían. Esto sugiere que podría existir cierta predisposición hereditaria. Quizá hay genes que hacen a nuestro sistema límbico más reactivo a patrones de sonido repetitivos. No se ha identificado un “gen de la misofonía” como tal, pero se están investigando posibles correlaciones genéticas. De cualquier modo, la genética no actúa sola: suele hablarse de un modelo de vulnerabilidad + experiencia.

  • Factores de aprendizaje y experiencias tempranas: Además del cerebro “cableado así”, la historia de cada persona influye. Muchos misófonos recuerdan que sus primeros desencadenantes aparecieron en la infancia o adolescencia (por ejemplo, el sonido de un familiar comiendo). Si esas experiencias fueron especialmente estresantes o se repite la reacción de malestar muchas veces, el cerebro podría condicionar esa asociación de sonido = enfado/angustia. Dicho de forma simple, la misofonía también se aprende por experiencia (aunque tenga predisposición neurofisiológica). Un entorno donde ciertos sonidos se vivieron con ansiedad (imaginemos un niño muy sensible en un hogar ruidoso donde, además, se le regañaba por quejarse) puede reforzar el desarrollo de misofonía. Por el contrario, aprender técnicas de afrontamiento temprano podría mitigarla.

  • Ausencia de criterios diagnósticos oficiales (por ahora): Como mencionamos, la misofonía todavía no figura en los manuales diagnósticos clásicos. Esto no significa que “no exista”, sino que la ciencia está en proceso de acordar una definición estandarizada. Ya se han propuesto criterios diagnósticos en revistas especializadas, que incluyen la reacción emocional extrema a sonidos selectivos, el malestar clínicamente significativo que provoca y la exclusión de otras causas médicas (por ejemplo, descartar que sea un problema de audición como la hiperacusia pura). Probablemente en los próximos años veamos más consenso y quizás la inclusión formal de la misofonía en clasificaciones de trastornos. Mientras tanto, los profesionales la reconocemos como un síndrome o condición, y nos basamos en entrevistas, cuestionarios específicos y la experiencia clínica para identificarla correctamente.

Las bases neurológicas apuntan a que la misofonía es mucho más que “llevarse mal con los ruidos”. Involucra una compleja interacción entre los sentidos (oído), el sistema límbico (emociones como ira/asco) y las áreas de control cerebral (que en misofonía parecen verse desbordadas). Esta conexión sonido-emoción es más rápida e intensa de lo normal, casi un reflejo condicionado muy arraigado. Por ello, conviene abordar la misofonía entendiendo que no es culpa de la persona, sino resultado de cómo está funcionando su cerebro.

Y la buena noticia es que el cerebro tiene plasticidad: con las estrategias adecuadas (terapia, técnicas de habituación, etc.), se puede reducir esa hiperrespuesta y reeducar en parte esas conexiones. Veámoslo en las secciones siguientes.

Tratamiento para la misofonía: ¿en qué consiste y qué puedes esperar?

La misofonía, al no ser muy conocida hasta hace poco, todavía arrastra el falso mito de que “no tiene tratamiento” o “no se puede hacer nada, solo evitar los ruidos”. Afortunadamente, eso no es cierto. Si bien es un desafío, la misofonía sí se puede tratar y manejar con éxito. Nuestro centro, Celia Misofonía, nació precisamente para ofrecer una solución especializada a este problema, convirtiéndose en el único centro en España dedicado exclusivamente al tratamiento de la misofonía. A continuación, te explicamos cómo enfocamos la terapia y qué resultados razonables puedes esperar:

1. Evaluación individual y psicoeducación: Todo proceso terapéutico comienza por entender tu caso particular. Aunque dos personas tengan misofonía, pueden variar mucho sus detonantes, su historia y sus estrategias actuales. Por eso, en las primeras sesiones recopilamos información detallada: ¿qué sonidos te afectan? ¿desde cuándo? ¿cómo reaccionas? ¿qué impacto tiene en tu vida (ansiedad, enfado, evitación…)? Muchas veces utilizamos cuestionarios específicos de misofonía junto con entrevistas clínicas. Tras esta evaluación, el primer gran paso en terapia es la psicoeducación: explicarte en profundidad qué es la misofonía (un poco como hemos hecho en este artículo, pero aplicado a tu experiencia personal). Comprender que tu reacción tiene una base neurofisiológica y ponerle nombre a cada cosa reduce el miedo y la sensación de indefensión. Es común que nuestros pacientes digan: “Saber todo esto me deja más tranquilo, ahora entiendo que no estoy loco y que hay un porqué“. Esta fase inicial sienta las bases y ya supone un alivio.

2. Terapia cognitivo-conductual especializada: La terapia cognitivo-conductual (TCC) es una de las abordadas con más evidencia en misofonía. Pero ojo, no es la típica TCC superficial de “cambia tus pensamientos y listo”. Hablamos de una TCC adaptada a misofonía que combina varias técnicas. Por un lado, trabajamos en identificar y reestructurar pensamientos asociados a los sonidos. Por ejemplo, muchas personas desarrollan creencias negativas del tipo “La gente hace esos ruidos a propósito para fastidiarme” o “No voy a poder soportarlo, me va a dar algo si sigue este ruido“. Estos pensamientos amplifican la rabia o la ansiedad. En terapia te ayudamos a cuestionarlos y cambiarlos por otros más útiles (p. ej., “Este sonido me molesta, pero no es peligroso. Puedo manejarlo con las herramientas que estoy aprendiendo“). Esto reduce la carga emocional añadida que ponemos con la mente. También trabajamos la tolerancia a la incomodidad: aprender que aunque un sonido te cause malestar, puedes aguantar un poquito sin que ocurra una catástrofe, desarrollando mayor resiliencia.

3. Técnicas de regulación emocional y del sistema nervioso: Dado que la misofonía implica una sobre-activación fisiológica, enseñamos técnicas para autorregularte en el momento. Puede incluir ejercicios de respiración diafragmática, relajación muscular o mindfulness enfocado en sonidos. Una estrategia, por ejemplo, es el entrenamiento en responder al sonido de manera contraria a la habitual: en lugar de tensarte, practicar soltar la tensión deliberadamente cuando escuchas el trigger (esto se hace paso a paso en consulta). También abordamos la gestión de la ira si es un componente prominente. Y algo importante: muchas personas con misofonía cargan mucha ansiedad anticipatoria (miedo a que suene el ruido temido). Para ello, trabajamos técnicas de aceptación y exposición gradual (ver siguiente punto) que disminuyen ese miedo anticipatorio.

4. Acercamiento gradual al sonido: Esta es posiblemente la piedra angular del tratamiento. Siempre con sumo cuidado y siguiendo un plan personalizado. Por ejemplo, si tu sonido gatillo es el chasquido de saliva al hablar, inicialmente en consulta podríamos hacer breves acercamientos a un audio con ese sonido a volumen bajo y por pocos segundos, mientras practicamos juntos las técnicas que habrás aprendido anteriormente. Gradualmente, a medida que vas tolerando, aumentamos la duración o la intensidad. El objetivo es que tu cerebro reaprenda que ese sonido, aunque desagradable, no representa un peligro real y puedes escucharlo sin llegar a 100 de ira/angustia. Esta tarea suele ir acompañada de vivir la emoción sin evitarla, así como gestionar los pensamientos, interpretaciones y reacciones fisiológicas asociadas.

5. Seguimiento y prevención de recaídas: La mejoría en misofonía suele ser progresiva. Con el tiempo, la persona nota que ya no reacciona con tanta intensidad a ciertos sonidos, o que puede aguantarlos más tiempo sin perder el control. Quizá lo que antes era una ira de 10/10 ahora es un molesto 4/10 que logra gestionar. O si antes huía de la situación al minuto uno, ahora es capaz de permanecer 15 minutos y luego pedir educadamente un descanso. Celebramos esos logros y consolidamos el progreso. Hacia el final del tratamiento, solemos hacer un plan de prevención de recaídas, anticipando situaciones futuras que puedan ser difíciles (por ejemplo, las fiestas navideñas, reuniones grandes) y revisando todo lo aprendido para aplicarlo llegado el momento. También dejamos claro que, si bien muchos pacientes logran reducir muchísimo sus síntomas (en algunos casos prácticamente desaparecen en su vida cotidiana), pueden haber momentos puntuales de bajón o estrés en que la misofonía asome de nuevo. Eso es normal; la diferencia es que ahora tú tendrás las herramientas para enfrentarlo antes de que se vuelva un problema grande. Y, por supuesto, siempre puedes recurrir a sesiones de refuerzo esporádicas si lo necesitas.

¿Qué resultados puedes esperar? Cada persona es un mundo, y sería poco ético prometer “cura mágica al 100%”. Sin embargo, nuestra experiencia y la literatura científica disponible indican que la gran mayoría de pacientes con misofonía mejora significativamente con un tratamiento adecuado. Mejorar significa: menos intensidad emocional ante los sonidos (lo que antes te enfurecía ahora solo te incomoda levemente), menos reactividad física (ya no sientes que el corazón se te sale por la boca con cada trigger), mayor control de tus respuestas (en lugar de gritar o escapar automáticamente, decides conscientemente qué hacer), y mejor reinserción en actividades que habías dejado (volver al cine, comer con tu pareja, concentrarte en la oficina). Muchos pacientes nos dicen que “les devolvimos parte de su vida”, que recuperaron la paz en situaciones antes tortuosas. Eso sí, el tratamiento requiere tu participación activa, práctica constante y paciencia; no es tomar una pastilla y ya. Es más bien un entrenamiento del cerebro y de la mente, un proceso de varios meses donde irás notando paso a paso los cambios.

Nuestro enfoque integrador, centrado en la terapia psicológica especializada, es actualmente el que mejores resultados ha mostrado. No existe todavía un fármaco específico “para la misofonía” –aunque en algunos casos se utilizan medicaciones ansiolíticas o beta-bloqueantes de apoyo si la ansiedad es muy incapacitante, o se trata algún cuadro comórbido como depresión–. Pero el pilar es la psicoterapia. Y algo importante: implicamos si es posible a la familia o entorno cercano en parte del proceso, sobre todo educándolos sobre qué es la misofonía y cómo pueden apoyar (por ejemplo, nuestras talleres psicoeducativos para familiares han sido muy bien recibidos, porque logran que quienes conviven con el paciente entiendan que no se trata de “manías” y aprendan formas de ayudar en lugar de juzgar).

En resumen, el tratamiento de la misofonía consiste en reentrenar tu cerebro y tus reacciones ante los sonidos, combinando técnicas cognitivas, de exposición y regulación emocional, en un entorno de comprensión y apoyo. No, no es instantáneo, pero sí funciona con el compromiso adecuado. Y sí, merece totalmente la pena: imagina poder por fin estar en paz aunque alguien esté comiendo a tu lado, o disfrutar de un viaje sin querer “matar” al que respira fuerte en el asiento de atrás. Esa libertad es posible y es el objetivo último de nuestro trabajo contigo.

Si esta información te ha sido útil, compártela con otros; quizá ayudes a alguien a ponerle nombre a eso que lleva años sufriendo en silencio. Y si tú eres esa persona, recuerda: no estás solo en esto, hay toda una comunidad y profesionales preparados para ayudarte a que esos “pequeños ruidos” dejen de ser tus grandes enemigos. ¡Hablemos! Estamos aquí para escuchar(te) y ayudarte a hacer las paces con el sonido.

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