¿Por qué no puedes controlar tu misofonía?
Cuando las personas acuden a un proceso psicológico para tratar su misofonía, generalmente ya han intentado probarlo todo. Aguantar, escapar, explotar, luchar, resignarse…
En estos casos, yo siempre digo que el error no está en pensar que puedes controlar tu misofonía, sino que donde todo falla, es en el foco desde el que lo estás intentando.
Es decir, lo que la mayoría de personas hacen cuando aparece uno de los sonidos que disparan su misofonía es tratar de calmarse diciéndose cosas como:
- “Seguro que pasa o para rápido”.
- “No lo voy a escuchar, voy a pensar en otra cosa”.
- “Voy a centrarme en la conversación/peli/trabajo”.
- “Va, que no es para tanto aguanta un poco”.
- O un conjunto de todo lo anterior hasta llegar a un ataque de pánico y huir.
¿Y por qué estas frases son un error?
El factor común de estas autoinstrucciones, reside en cuál es el foco a través del que se intenta controlar la misofonía. Es decir, a través de lo externo, de tratar de obviar del estímulo, de que la persona cese, de intentar que no nos importe (como si pudiésemos), es decir, tratar de calmarnos con cosas que en realidad no están bajo nuestro control.
Porque que esa persona deje de hacer ese ruido, desear con todas nuestras fuerzas quedarnos sordos selectivamente para no percibir justo ese sonido, que mi atención solamente se enfoque en lo que yo quiero y absolutamente nada más, o que mi cerebro no experimente ansiedad o ira ante algo catalogado como peligroso o injusto, no es posible.
Es decir, para mi Sistema Nervioso Central, ese estímulo, ese sonido o ese movimiento es algo que le alerta. Para él es algo peligroso y algo que, por tanto, tiene que tener muy vigilado. Y como he dicho, las frases anteriores van dirigidas a tratar de aguantar cerca de ese sonido, cerca de lo que para mi cabeza es “el peligro”, intentando hacer como que no está, como que no lo escucho o como que no me importa que esté y puedo resistir.
Te pongo otro ejemplo, piensa en el miedo a la oscuridad.
La mayoría de personas hemos tenido en algún momento cierta aversión a estar en un lugar oscuro y a solas, especialmente cuando éramos niñxs. En esos momentos, a pesar de intentar convencernos de que no pasaba nada, que no había nadie malo, y que eso no era peligroso, nuestro cerebro estaba alerta. Si en esos momentos yo me decía “venga que no hay peligro, que la oscuridad en sí misma no es dañina y quién va a haber detrás de esa puerta si lo tengo todo cerrado en casa, no tengas miedo…” No, no nos estábamos autoengañando, era verdad (igual que lo es que esos sonidos no son peligrosos) Pero, ¿Simplemente con pensarlo y forzarme a ello, me relajaba completamente?
La oscuridad solo deja de ser tan incómoda o “alarmante” cuando poquito a poco vamos creciendo y entendiendo. Porque a lo largo de ese proceso nos sentimos cada vez más seguros de nuestros recursos y de nosotrxs mismxs. No porque obviemos la oscuridad y tratemos de que no nos importe. Sino porque vamos aprendiendo que no estamos indefensos ante ella, que podemos manejar la situación. Sin embargo, esto no ocurre gracias a una auto convicción superficial de que no me tiene que dar miedo la oscuridad.
Es un proceso natural, en el que yo me encontraré a veces a oscuras y podré respirar, tantear, comprobar, sentirme acompañado si lo necesito y poco a poco cada vez más seguro ante esa situación. Cada vez serán más las experiencias acumuladas en las que he estado a oscuras y, aunque con miedo, poco a poco he aprendido a cuidar de esa tensión. Sin condenarme, sin castigarme o aguantar forzado ante ello.
¿Qué habría pasado si lo que yo me digo es venga, no pienses en la oscuridad, no pienses en el asesino de esa película, ni en el monstruo de esa otra? ¿Si te hubieses dicho siempre que seguro que no están y si están no te harán nada?. ¿Si te hubieses calmado a través de decirte que venga, que te centres en lo que estás tocando o en lo que escuchas de fondo y estate tranquilx, no pienses, no estés alerta, no tengas miedo…? Efectivamente, hubiésemos conseguido el efecto contrario. Más alerta, más foco en “verlo y escucharlo todo” o “más pensamientos sobre ese asesino ficticio”.
Por ello, en el proceso de terapia lo que hacemos consiste en reeducar y reenseñar a nuestro cerebro a cambiar la interpretación que hace de ese sonido o de ese movimiento. Esto no lo conseguiremos a base de forzarnos a escuchar sin parar ese ruido, o de intentar imponernos que “no me tiene que generar tanto malestar”.
Conseguiremos manejar la misofonía mediante un proceso de adquisición de recursos PROPIOS.
Es decir, haciendo que seas tú quien se sienta seguro ante este sonido por poner en marcha herramientas que te permitan manejar tus emociones en ese instante (no eliminarlas o reprimirlas). Técnicas a través de las que puedas cambiar los pensamientos de alarma y tensión por confianza y manejo. Sí, a pesar de que ese sonido esté ahí, a pesar de que no pare o de que lo estés escuchando. Recursos centrados en tu capacidad para regular desde tu interior, tus reacciones emocionales, fisiológica y cognitivas. Sin forzarte a autoconvencerte falsamente. Acompañando, entendiendo y modulando.
Solamente a través de este proceso conseguiremos que nuestro cerebro desaprenda esa alarma automática. Aplicando nuevas técnicas desde el foco en sí mismo, comprobando que puede sentirse seguro ante la presencia de estos sonidos, a pesar de no impedir que se reproduzcan ni de poder ejercer cambios sobre ellos. Si quieres saber más acerca de los detalles del proceso de terapia de la misofonía, puedes encontrar toda la información en la sección de “TRATAMIENTO PARA LA MISOFONÍA”