Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

¿Intentas evitar la irritación ante los sonidos?: Esto es lo que ocurre

Hoy quiero traeros un concepto clave en psicología clínica que, si convivís con misofonía, probablemente os suene más de lo que pensáis (aunque no lo llaméis así): la evitación experiencial.

Hablamos de ese esfuerzo constante, a veces automático, e inconsciente, por evitar, controlar, reprimir o escapar de pensamientos, emociones, sensaciones corporales o recuerdos internos que nos resultan incómodos o dolorosos.

Y aunque pueda parecer una solución práctica a corto plazo, cuando se convierte en nuestra única vía de afrontamiento, no solo deja de funcionar, sino que amplifica el sufrimiento.

Este patrón psicológico es extremadamente común en población general, pero en personas con misofonía cobra una fuerza particular.

Porque cuando el disparador no es un recuerdo lejano o un pensamiento abstracto, sino un sonido real, externo, presente, la activación emocional no solo es intensa: también es constante, repetitiva, y profundamente disruptiva. Y la persona hace lo que haría cualquiera al sentir dolor: intenta evitarlo.

Ejemplos cotidianos de evitación experiencial

Antes de aterrizar esto en la misofonía, vamos con algunos ejemplos frecuentes de evitación experiencial en la vida diaria. Porque aunque el término suene técnico, sus manifestaciones son muy humanas y reconocibles:

👉🏽 “Tengo miedo a suspender el examen, así que no estudio.”

Puede parecer contradictorio, pero evitar el estudio es en realidad una forma de evitar el contacto con el miedo al fracaso, con la angustia que genera pensar en el resultado.

Alternativamente, hay quien hace lo opuesto: estudia de forma compulsiva, sin parar, no por aprender mejor, sino como forma de calmar una ansiedad que no se permite simplemente sentir.

En ambos casos, no hay espacio para la emoción: solo para intentar taparla.

👉🏽 “Mi compañero de trabajo hace una tarea de forma ineficaz, me frustro, y sin discutir ni explicarle nada… la rehago yo.”

No lo hago por generosidad, sino porque no puedo tolerar la sensación de que algo esté mal hecho, o la incomodidad de confrontar. La evitación está en no quedarme con esa disonancia emocional, y la solución, en controlarlo todo.

👉🏽 “Una amiga ha hecho algo que me ha dolido, pero me callo.”

¿Por qué? Porque hablarlo me da miedo. Miedo a cómo lo tomará, a que se enfade, a que piense que soy demasiado sensible. Así que trago, justifico, le quito importancia… y al final, el vínculo se resiente. Pero el malestar momentáneo de una conversación difícil parece peor que ese deterioro silencioso.

¿Te suena? Estas situaciones no son patológicas en sí mismas. Todos evitamos a veces. El problema no es la evitación puntual, sino cuando se convierte en nuestra única forma de lidiar con lo que nos duele. Y cuando eso ocurre, lo que queríamos evitar empieza a condicionarse la premisa de -si malestar = acción para solución-

Misofonía y evitación: un binomio frecuente

En personas con misofonía, este patrón es especialmente común y lógico.

Imaginemos a alguien que, cada vez que escucha el sonido del masticar de otra persona, o un arrastrar de pies, un bostezo, una pronunciación etc., siente una reacción interna inmediata: una mezcla de tensión física, irritación, rabia, angustia, necesidad urgente de que eso se detenga.

No hay tiempo para procesar ni decidir: el cuerpo reacciona. Y la persona reacciona a su vez al cuerpo.

Entonces aparece la evitación: se cambia de sitio, se enciende la televisión, se ponen auriculares, se mira con desaprobación al otro, se evita la comida familiar, se prefiere trabajar en casa antes que compartir oficina. No se hace por capricho, sino por supervivencia emocional. El problema es que, si bien el alivio es inmediato, el mensaje que se instala es este: “No puedo tolerar este sonido. Este sonido es peligro. No estoy a salvo.”

A medio plazo, esto se convierte en un círculo vicioso. Cada vez hay más situaciones temidas, más anticipación ansiosa, más estrategias para evitar sentir lo que se siente. Y por tanto, más incapacidad para afrontar.

Ansiedad anticipatoria: cuando el sonido ni ha llegado, pero el cuerpo ya se defiende

Muchas personas con misofonía ni siquiera necesitan que suene el “trigger” para activarse. Basta con percibir que el sonido puede producirse en breve: ver a alguien acercarse a una bolsa de patatas, notar que alguien comienza a mascar chicle, sentir que hay un silencio incómodo donde pronto podría surgir ese sonido…

Ese “todavía no, pero ya lo siento” es  ansiedad anticipatoria, y funciona como una alarma que se activa antes de que la amenaza se concrete.

El cuerpo ya está en tensión, la atención se hiperfocaliza, y el sistema nervioso se prepara para el impacto. Es agotador, pero sobre todo es una forma muy clara de evitación experiencial: se anticipa el malestar y, por tanto, se responde antes siquiera de saber si ocurrirá.

Es curioso como muchas veces, el sonido incluso sí ocurre, pero no desencadena la reacción emocional.

Misofonía: evitar el sonido no es gestionar

Aquí es donde en terapia empezamos a trabajar algo muy importante: la relación con el malestar. Porque no se trata solo de que “te dejen de molestar los sonidos”. Eso, si llega, será un resultado indirecto. Lo que sí se busca es que aprendas a sostener la incomodidad sin necesidad de apagarla, sin necesidad de actuar compulsivamente cada vez que aparece. Aprender a quedarte, aunque sea un poco. A notar la reacción, pero no dejar que te arrastre. A entender que sentir no es lo mismo que actuar.

La evitación parece alivio, pero es un modo de gestión emocional que, si se cronifica, nos empobrece. Lo que alivia hoy, mañana lo hace más insoportable. Lo que intentamos no sentir, termina dominándonos desde la sombra. Porque evitar no es gestionar. Y controlar no es manejar.

Entonces… ¿qué hacemos con la evitación en la misofonía?

En consulta trabajamos para que la persona identifique sus propias estrategias de evitación y empiece a cuestionarlas. Esto no significa dejar de protegerse sin más, sino hacerlo de forma más flexible, más consciente, más autónoma.

La evitación experiencial no es “el enemigo”, pero sí es una trampa cuando se convierte en la única vía de respuesta. Con misofonía, aprender a salir de ella es una de las claves más poderosas para dejar de vivir a la defensiva y empezar a habitar la vida con más agencia, más presencia y más libertad.

Si convives con esta condición, recuerda: no se trata de eliminar la incomodidad a toda costa, sino de aprender a estar contigo incluso cuando aparece. Porque cuanto más espacio se le da al malestar, más pequeño se vuelve. Y cuando dejas de huir, puedes empezar a elegir.

Si te interesa trabajar todo esto desde una perspectiva esepcializada, puedes contactar con nosotras a través de www.celiamisofonia.com.

¡No estás solx! OPINIONES CELIA MISOFONÍA

 

¿Quieres saber más sobre nuestro tratamiento para la misofonía? ¡HABLEMOS!