¿Tu hijo no soporta ciertos ruidos? Descubre la misofonía y cómo ayudarle
¿Tu hijo o hija se altera al oír a alguien masticar, respirar fuerte o hacer clic con el bolígrafo? ¿Le molestan tanto esos ruidos cotidianos que termina enfadado, ansioso o huyendo de la situación? Si has notado que “mi hijo no soporta ruidos” habituales y sufre un malestar real por sonidos que para otros pasan desapercibidos, podría tratarse de misofonía infantil. En esta guía cálida pero rigurosa te explicaremos qué es la misofonía, por qué ocurre, cómo detectarla en casa y en el colegio, qué mitos conviene desterrar, y qué estrategias y tratamientos pueden ayudar a tu hijo a llevar una vida más tranquila. No estás solo: hasta una de cada cinco personas podría experimentar misofonía en algún grado, y con la información y el apoyo adecuados es posible mejorar la situación.
¿Qué es la misofonía infantil? – Mucho más que “manías” con los ruidos
La misofonía –literalmente “odio al sonido”– es una condición neurosensorial en la que ciertos sonidos cotidianos específicos desencadenan una reacción emocional intensa e involuntaria.
En otras palabras, no se trata de que el niño sea “tiquismiquis” o tenga simples manías: su cerebro realmente percibe esos sonidos de forma anómala, como si fueran una amenaza o algo muy molesto que debe evitar. Los sonidos desencadenantes (también llamados triggers) suelen ser repetitivos y relacionados con el cuerpo o actividades humanas: por ejemplo, masticar, sorber, respirar fuerte, teclear en el ordenador, hacer clic con un bolígrafo o arrastrar los pies al caminar.
Cada persona con misofonía tiene sus propios disparadores particulares, que pueden ser muy suaves de volumen (un susurro, un mascado leve) pero aun así provocar una respuesta desmedida. No es un problema de volumen o audición –eso sería la hiperacusia, donde cualquier sonido fuerte causa dolor–, sino de tipo de sonido: alguien con misofonía puede irritarse enormemente con un murmullo de 20 decibelios, mientras un ruido mucho más alto pero “neutro” no le afecta tanto
¿Cómo se siente la misofonía?
Imagina que tu cerebro tiene una alarma de incendios interna diseñada para protegerte. En una persona sin misofonía, esa alarma suena solo ante peligros reales (por ejemplo, un ruido realmente fuerte o amenazante). En la misofonía, en cambio, la alarma está hipersensible: salta con el humo de la cocina como si fuera un gran incendio.
Un simple chasquido de lengua o el crujido de unas palomitas puede desencadenar en el niño una reacción de alerta inmediata: su cuerpo libera adrenalina, el corazón se acelera, aparece rabia o ansiedad intensa, e incluso una necesidad urgente de huir del sonido.
Todo ello ocurre de forma automática e incontrolable – no es que tu hijo “exagere a propósito” o pueda simplemente ignorar el sonido. De hecho, es frecuente que experimenten también síntomas físicos: tensión muscular, sudoración, presión o calor en el pecho, etc., junto con esas emociones de ira, angustia o pánico.
La misofonía fue descrita por primera vez en 2000 por los neurocientíficos Pawel y Margaret Jastreboff (de ahí que aún se conozca poco); su nombre clínico es Síndrome de Sensibilidad Selectiva al Sonido (SSS).
Todavía no aparece como diagnóstico oficial en manuales como el DSM-5, lo que hace que muchos profesionales de la salud no estén familiarizados con ella.
Sin embargo, hoy la comunidad científica tiene claro que no es una simple excentricidad, sino una condición neurofisiológica real: el cerebro de quienes la padecen procesa ciertos sonidos de forma diferente, asociándolos con respuestas de alerta o amenaza exageradas..
Estudios recientes han comenzado a medir su prevalencia: por ejemplo, un estudio británico de 2023 encontró que aproximadamente un 18% de la población podría sufrir misofonía significativa, y una investigación alemana de 2024 estimó en 12% los afectados cuyo malestar con los sonidos interfere seriamente en su calidad de vida.
Aunque suelen ser los adultos quienes buscan ayuda, la misofonía a menudo comienza en la infancia o preadolescencia – alrededor de los 9 a 12 años en muchos casos. Por eso es importante que padres y madres conozcan este trastorno: detectar pronto las señales puede evitar años de incomprensión y sufrimiento silencioso.
Señales de alarma: ¿cómo saber si mi hijo tiene misofonía?
Puede ser complicado distinguir la misofonía de una simple molestia pasajera hacia ciertos ruidos, sobre todo en niños que quizás no saben explicar lo que sienten. Estas son señales de alarma que pueden indicar que tu hijo o hija sufre misofonía infantil, tanto en casa como en el colegio:
Reacciones intensas ante sonidos específicos: El niño experimenta ira desmesurada, ansiedad, llanto o pánico al escuchar ciertos sonidos desencadenantes. Por ejemplo, se pone furioso si oye a alguien masticar con la boca abierta, o entra en pánico cuando un compañero repiquetea el bolígrafo en clase. Los demás niños pueden apenas notar ese sonido, pero tu hijo no puede soportarlo y su reacción parece exagerada (aunque para él es muy real). A veces tapa sus oídos, grita “¡para, no aguanto ese ruido!” o abandona bruscamente la habitación.
Evitación de situaciones cotidianas: Empieza a evitar actividades donde sabe que escuchará sus sonidos detonantes. Por ejemplo, no quiere sentarse a la mesa con la familia a la hora de comer (porque los ruidos de masticación o sorber la sopa le resultan insoportables), prefiere comer solo o con auriculares. O tal vez evita dormir en la misma habitación que un hermano porque no tolera el sonido de su respiración al dormir. En el entorno escolar, podría rehuir la cafetería, las fiestas de cumpleaños o actividades en grupo por miedo a encontrarse con esos ruidos que le molestan.
Reacciones físicas y de anticipación: Tu hijo puede mostrar síntomas físicos de estrés ante la mera posibilidad de oír el sonido temido. Por ejemplo, ponerse tenso o ansioso antes de sentarse a la mesa, anticipando que escuchará a alguien masticar. Un neurólogo describe que en niños con misofonía los síntomas a veces aparecen minutos antes de la situación desencadenante, como la cena familiar, al imaginar el ruido que vendrá. Pueden sudar, acelerárseles el pulso o decir que les duele la barriga por la ansiedad anticipatoria. Esta hiperalerta constante a los sonidos es típica: el niño está pendiente de detectar el ruido molesto antes de que ocurra.
Conflictos o distracción en clase: En el colegio, un niño con misofonía puede tener dificultades para concentrarse si algún compañero hace el ruido detonante (por ejemplo, si alguien hace clic con el bolígrafo, mastica chicle o tamborilea con los dedos). Esto puede afectar su rendimiento académico y generar conflictos: tal vez reacciona de forma desmedida (grita, empuja o se enfada) con el compañero que hace el sonido, sin que el profesor entienda por qué tanto enfado por algo “tan pequeño”. Algunos niños terminan pidiendo cambiarse de sitio, alejándose de ciertos compañeros o incluso aislándose durante el recreo para evitar estímulos sonoros que les alteran.
Frustración, culpa o vergüenza: Otra señal, más sutil, es el estado emocional del niño después de sus reacciones. Muchos niños con misofonía se sienten culpables o avergonzados por haber gritado o enfadado con un ser querido por un sonido. Pueden decir “No lo soporto, pero no quiero sentirme así”. A veces, tras una rabieta por un ruido, se muestran tristes, piden perdón o se culpan por haber “perdido el control”. Esta montaña rusa emocional indica que no es una simple pataleta voluntaria; el niño tampoco quiere reaccionar así, pero no puede evitarlo. De hecho, algunos adolescentes con misofonía llegan a odiarse por sus reacciones, e incluso relatan pensamientos muy negativos sobre sí mismos.
Ejemplos reales: En un trabajo académico se destaca el caso de un niño de 8 años que fue castigado repetidamente por negarse a comer en la mesa familiar – nadie entendía que los sonidos de masticar, tragar y sorber le torturaban. Recién a los 29 años, participando en un ensayo clínico, le dijeron que aquello tenía un nombre: misofonía.
Historias como esta subrayan la importancia de reconocer las señales en la infancia. Muchos adolescentes misofónicos recuerdan que sus primeros episodios estuvieron ligados a un sonido y a un familiar concreto (por ejemplo, el hermano al respirar, el padre al comer, alguien silbando) Lamentablemente, en lugar de comprensión, la mayoría dice que recibió burlas o regaños por sus reacciones
Frases como “No exageres, son manías” o “Cállate y aguanta” duelen más de lo que ayudan. Por eso, como padres, es clave observar estas señales sin juicio y brindar apoyo.
Tratamientos profesionales para la misofonía infantil
Buscar ayuda no es el último recurso, sino parte del camino hacia la solución. Considera consultar con un especialista en misofonía infantil si notas cualquiera de estas situaciones:
La vida diaria se ve afectada: Si tu hijo ya no puede realizar actividades normales por evitar los ruidos (no come con la familia, baja notas porque no aguanta la clase, deja de ir a cumpleaños, etc.), es señal de que el problema está interfiriendo significativamente en su vida. No esperes a que “se acostumbre”, porque puede agravarse: es momento de buscar orientación profesional para frenar ese impacto.
El malestar emocional es muy alto: Observas que tu hijo sufre mucho, no solo en el momento del ruido sino en general. Quizá está desarrollando miedo anticipatorio, vive nervioso esperando el próximo sonido, o después de un episodio se queda triste, avergonzado o se auto-culpa en exceso. Si además notas síntomas de ansiedad general, problemas de sueño, o depresión (p. ej., dice frases como “odio mi vida con estos ruidos” o muestra desesperanza), es urgente buscar ayuda especializada. A veces la misofonía viene acompañada de otras dificultades emocionales que necesitan atención conjunta.
Ha habido intentos de afrontarlo que no funcionan: Si ya habéis probado estrategias caseras (por ejemplo, usar tapones, negociar en casa, técnicas de calma) y aun así la situación sigue igual o peor, no os rindáis: un profesional puede ofrecer enfoques diferentes. Por ejemplo, tal vez sin querer estáis usando demasiadas estrategias de evitación (solo tapones, huir siempre), y un terapeuta podrá introducir poco a poco estrategias más adaptativas para que vuestro hijo no dependa eternamente de evitar. Como papás, a veces hacemos lo posible pero necesitamos esa guía extra – es totalmente comprensible.
Dudas en el diagnóstico o necesidad de orientación: Incluso si no estás seguro al 100% de que sea misofonía, merece la pena consultar. Otros trastornos sensoriales o del procesamiento auditivo pueden parecerse, y un especialista os ayudará a descartar o confirmar. Además, os dará pautas personalizadas: cada caso de misofonía tiene matices (no es igual manejarlo en un niño de 6 años que en un adolescente de 16). Pedir una evaluación profesional no te compromete a nada, pero te dará claridad para saber cómo proceder.
En Celia Misofonía creemos que ningún niño debería sufrir en silencio el “infierno” de los ruidos cotidianos. Nuestro enfoque de intervención con niños y adolescentes misofónicos es integral y cercano a la vez:
Evaluación especializada: Empezamos por escuchar vuestra historia. A través de entrevistas con la familia y el niño, identificamos cuáles son exactamente los sonidos desencadenantes, cómo reacciona y qué situaciones le generan más dificultad. Usamos cuestionarios específicos y, si es útil, pedimos llevar un pequeño diario de sonidos y reaccionesceliamisofonia.com para mapear el problema. Esta evaluación nos ayuda a descartar otras causas y confirmar que se trata de misofonía, así como a medir la severidad.
Psicoeducación para toda la familia: Dedicamos tiempo a explicar en profundidad qué es la misofonía, por qué ocurre y cómo vamos a abordarla. Es crucial que tanto el niño como vosotros, sus padres, entendáis que no es culpa de nadie y que existen herramientas para mejorar. Muchas familias nos dicen que solo con saber que “esto tiene nombre” y escuchar que hasta el 18% de la gente puede tenerloelpais.com, ya sienten un gran alivio. Validamos las emociones de todos y asentamos ese pacto: aquí nadie está “loco” ni es “malo”, vamos a trabajar en equipo contra el problema, no unos contra otros.
Intervención terapéutica personalizada: Diseñamos un plan de tratamiento adaptado a la edad y características de tu hijo. Aplicamos las técnicas psicológicas específicas que mencionamos antes (entrenamiento de la atención, regulación emocional, exposición gradual, reestructuración cognitiva, etc.), ajustándolas a un formato comprensible y hasta lúdico cuando se trata de niños pequeños. Por ejemplo, podemos usar juegos, dibujos o metáforas de “el monstruo de los ruidos” para que los peques entiendan sus reacciones y cómo domesticarlas. Con los adolescentes, trabajamos también esas creencias de injusticia o perfeccionismo que a veces agravan la misofoníaelpais.com, ayudándoles a desarrollar una mentalidad más flexible y autocompasiva. A cada paso, medimos avances: cuáles sonidos ya tolera mejor, cuánto baja su ansiedad, etc., para ir ajustando el tratamiento.
Estrategias de convivencia y entorno: Además de las sesiones individuales con el menor, asesoramos a la familia y al entorno escolar. Os ayudamos a elaborar, por ejemplo, ese plan de adaptaciones en el colegio, redactando si es necesario informes o recomendaciones para los profesores. En casa, estamos disponibles para guiaros ante retos específicos: ¿Que se acerca la cena de Navidad con toda la familia y os preocupa cómo lo llevará? Os damos pautas para prepararlo (comida de textura suave, música ambiental, “descansos sensoriales” programados, etc.). Esta intervención en contexto garantiza que los logros de la terapia se trasladen a la vida real y que el niño se sienta apoyado en todos sus entornos.
Llegados a este punto, esperemos que tengas más claro qué es la misofonía infantil y cómo podemos ayudar a tu hijo a superarla. Has hecho un gran trabajo informándote; entender es el primer paso para actuar.
Un camino hacia la tranquilidad: ¡Hablemos!
La misofonía puede haber convertido pequeños ruidos en grandes obstáculos en tu hogar, pero con comprensión y estrategias adecuadas, es posible recuperar la armonía. Imagina volver a disfrutar de una cena familiar sin tensiones, o que tu hijo asista a clase concentrado sin sentirse al borde de un ataque por el tic-tac del reloj.
En Celia Misofonía hemos visto transformaciones así: niños y adolescentes que, tras trabajar con nuestras psicólogas especializadas, han pasado de la frustración y el aislamiento a manejar sus desencadenantes con seguridad y volver a sonreír.
Si te has sentido identificado con lo que describimos, o simplemente quieres saber más sobre cómo orientar a tu hijo, te invitamos a contactarnos. Estamos aquí para escucharte y asesorarte de manera personalizada y amable. Ya sea con una consulta informativa, una evaluación profesional o un tratamiento completo, no dudes en pedir orientación. No tiene que ser una lucha solitaria: nosotros acompañamos a las familias en cada paso, porque sabemos que cuando un hijo sufre misofonía, toda la familia merece apoyo.
Llámanos, escríbenos o reserva una cita – estaremos encantadas de ayudarte a que esos “sonidos que molestan a mi hijo” dejen de condicionar su vida y la vuestra. Juntos, podemos hacer que el silencio vuelva a estar lleno de tranquilidad y que los únicos sonidos en vuestro hogar sean los de la convivencia feliz. ¡Ánimo, hay luz al final del túnel del ruido!
Puedes explorar el resto de mis artículos, o CONTACTARME si crees que podemos ayudarte en vuestro proceso.
