Este síndrome es poco conocido a nivel social y suele aparecer con mayor frecuencia en personas con problemas de estrés o autoexigencia.
Masticar chicle, el clic de un bolígrafo o un leve canturreo son sonidos a los que nos enfrentamos en el día a día y que, generalmente, pasan desapercibidos por la mayoría. Aunque no por aquellos que padecen misofonía.
Procedente del griego, este término significa literalmente “odio o aversión al sonido” y engloba a una intensa y desagradable reacción emocional ante determinados ruidos.
Según la psicóloga sanitaria especialista en misofonía, Celia Incio del Río, “maniáticos, histéricos o bichos raros” son algunos de los nombres que reciben los pacientes con este síndrome, que suele “tener sus inicios en la infancia o comienzos de la adolescencia”, aunque “también puede surgir en la edad adulta”.
“Lo peor es que la mayoría ya se sienten como tal al tener ‘algo’ a lo que ni siquiera la propia persona que lo sufre le suele poner nombre”, explica. Entre las causas de la misofonía, Incio resalta que “hay factores psicológicos y neurológicos que hacen que la persona sea más propensa a desarrollar este trastorno”.
“En mi experiencia clínica, puedo destacar que uno de los grandes factores comunes en estas personas, es la presencia de elementos de personalidad como el perfeccionismo y la autoexigencia“, relata la psicóloga.
Explica que, al estar asociados con “creencias rígidas” sobre el comportamiento adecuado y la comisión de errores, esto supone una “mayor activación y alerta emocional” y, por ende, facilita la escucha de “determinados sonidos”.
La psicóloga enumera los más comunes:
- Los producidos por las personas con su propio cuerpo, como con la boca o nariz (chistar, masticar, silbar, tragar, carraspear, respirar…).
- Morderse o rozar las uñas.
- Los sonidos que otros hacen con diferentes materiales, como por ejemplo el tecleo del ordenador, el choque de la cuchara contra la taza o el roce del calzado al caminar.
- Ruidos repetitivos como el tic tac del reloj, un ladrido o el clic clic de un bolígrafo.
Las emociones predominantes en la misofonía son la ira, la ansiedad y el asco. Incio hace hincapié en que “las personas no solamente experimentan estas emociones en los momentos en los que escuchan estos sonidos, sino que la alerta e hipervigilancia ante su posible aparición pueden llegar a instaurarse en quien sufre misofonía de forma permanente”.
“Incluso, hay personas para las que solamente ver el movimiento que anticipa la emisión de ese sonido intolerable es suficiente para activar la misma reacción que les provocaría su escucha”, cuenta la experta.
Los pensamientos de estos pacientes son “incontrolables”, según Incio, y puede disparar en ellos “tal pánico e ira” que “tienen que huir del lugar en el que se encuentran, se autolesionan o reaccionan de manera agresiva ante el emisor de sonido”.
“La realidad es que muchas personas se ven abocadas a dejar de comer en compañía o de compartir espacios comunes. Muchos también han dicho adiós a ir al cine o a usar transporte público. Y, también hay que mencionar a quienes, aun en su propia casa, sienten que no hay manera de escapar de determinados sonidos”, resalta la profesional.
“Por otro lado, hay casos en los que las personas no ven más remedio que divorciarse, mudarse o alejarse de la mayoría de sus seres queridos. Y es que quien sufre misofonía siente que está “amargando la vida” a quienes le rodean. “El sentimiento de inadecuación se entremezcla con la culpa, la ira y la ansiedad, empujando a la persona a aislarse para no incomodar a las demás”, destaca.
Según la psicóloga, “a esto se le suma la incomprensión de la familia, pareja, amigos o compañeros de trabajo”, que resulta “una de las cosas más dolorosas” de padecer esta enfermedad.
¿Una enfermedad sin cura?
En nuestra sociedad prolifera la idea errónea de que la misofonía no tiene remedio y solo puede ir a peor. Aunque siempre haya mayor tendencia a sufrirla en momentos de mayor ansiedad, rabia o tensión, Incio es defensora de que “la misofonía se puede manejar“.
Esto implica que “los sonidos que antes disparaban esas reacciones emocionales”, después de un trabajo psicológico, “apenas se perciban”. Esto hará disminuir la “sensación de descontrol” o las “limitaciones en la vida diaria”.
La experta también defiende que “conseguir una adecuada gestión de la misofonía” implica “el manejo de nuestros pensamientos”, de manera previa y durante el episodio. Para ello, considera “necesario” trabajar para “entender, atender y regular las reacciones emocionales asociadas”.
Sobre la importancia de estar preparado, la psicóloga utiliza una analogía: “Es imposible dar marcha atrás cuando un volcán ya ha estallado, por lo que el objetivo es parar la erupción antes de que la lava rebose. Una vez cruzada la línea es habitual que las técnicas de respiración o meditación no surtan efecto alguno”.