Si estás leyendo esto es probable que tú o una persona cercana a ti se haya resignado a creer durante años que la misofonía, además de ser incomprensible, incontrolable, odiosa… también es incurable. Normal.
Y es que tanto las investigaciones actuales, como los medios de comunicación que hablan sobre ella siempre acaban transmitiendo la desesperante de idea de “si sufres misofonía tienes que hacerte a la idea de que tu vida va a ser siempre así”.
La verdad es que personal y profesionalmente, a mí escuchar esto me da muchísima rabia, ya que instaura y/o refuerza la idea de que “no hay salida”. Que si sufres misofonía solo te queda aguantar, que no hay acciones posibles que tú puedas poner en marcha. Que eres una víctima, que no has hecho nada para merecer esto pero tampoco puedes hacer nada para remediarlo.
Sin embargo, la realidad es muy muy distinta. Porque a día de hoy, son numerosos los casos que tras el tratamiento psicológico para la misofonía, han conseguido restaurar su calidad de vida. Que ahora pueden comer acompañados, dormir con sus parejas, estar al lado de sus seres queridos, ir al cine, viajar en transporte público, estar tranquilos en sus casas, en sus trabajos… Que han logrado escuchar esos ruidos al masticar, esos sonidos con la boca al toser, tragar o respirar, ver y oír caminar a alguien arrastrando las zapatillas o tecleando, o escuchar a sus vecinos, sin que eso dispare por los aires su malestar.
Porque actualmente, ya son muchas las personas que tras la terapia para la misofonía ahora pueden manejar la mínima reacción emocional que durante años, han experimentado sin poder controlar.
¿Y cómo se consigue esto? Te preguntarás.
Te mentiría si te dijera que se consigue sin apenas trabajo, con un par de técnicas aplicadas protocolariamente y cuatro frases hechas. Pero también te mentiría si te dijera que no se puede lograr.
Para ello, en primer lugar es necesario saber qué variables están interfiriendo en el manejo de tu misofonía. Apuesto a que si eres tú quien la sufre, eres una persona exigente contigo mismx, para quien es inaceptable que las cosas que le importan queden “medio bien hechas”, y que le da bastantes vueltas a la cabeza sobre cómo podría hacer esto o aquello, qué podría haber dicho, sobre cómo podría haber actuado ante determinada situación, o que en ocasiones anticipa “qué pasaría sí…”
Apuesto a que, incluso que sin ser consciente de todo lo anterior, hay momentos en los que tienes la sensación de estar continuamente alerta o en tensión. Todo esto, nos habla de tus niveles de activación basal, de tus grados de temperatura emocional y de la probabilidad de que la misofonía aparezca en tu día a día. Y es que existe una correlación directa, a mayor tensión interna mayor probabilidad de registrar determinados sonidos.
Asique solo con esto, tenemos ya varios focos de trabajo que te voy a explicar a continuación. Entre ellos, el primero es intervenir sobre nuestra conciencia emocional y adquirir estrategias que nos permitan manejar aquellos pensamientos, creencias y emociones que a día de hoy intervienen en nuestra misofonía.
De esta manera, adquiriremos técnicas que nos permitan manejar: la hiperalerta ante la posible aparición de determinados sonidos, la ira y frustración desmedidas al escucharlo, o los pensamientos presentes en esos momentos como por ejemplo podría masticar “bien”, o “encima que lo sabe parece que lo hace a posta”. Así, podremos cambiar nuestra respuesta cognitiva y emocional tanto en los momentos previos, durante y post desencadenantes de la misofonía.
Asimismo, estos niveles de activación, también se encuentran relacionados con las auto-instrucciones que nos damos cuando aparecen esos ruidos. Entre las que probablemente encontremos las típicas “venga aguanta” “bueno ya pasará” o “venga que seguro que no lo escuchas”. Estas instrucciones a priori pueden tener mucho sentido, pero son totalmente opuestas al control de la misofonía. Más bien, nos mantendrán el oído y la atención pegados a ese sonido para comprobar si “ya ha pasado”, “a ver si lo estoy escuchando” o “a ver cómo de bien estoy aguantando”. Spoiler: cada vez el sonido se hará más intenso, más intolerable y nosotr@s cada vez estaremos más cerca de explotar.
Por tanto, flexibilizar y modificar estas instrucciones en nuestro discurso interno, a la vez que ponemos en marcha estrategias de manejo del foco de atención, es otro de los puntos clave de la terapia para la misofonía.
Además, no puedo olvidarme de mencionar paralelamente, el entrenamiento en estrategias de desactivación como la respiración o escaneo corporal. Que junto con las estrategias cognitivas, nos ayudará a comunicarnos con la parte fisiológica (es decir, con ese fuego o nudo en el estómago o esa presión en el pecho) e impedir que dicha tensión corporal escale sin límites.
El objetivo de este tratamiento con la misofonía es crear una amplia caja de herramientas. Una caja que perfeccionaremos y de la que echaremos mano en otra de las fases fundamentales de la terapia: la fase de reentrenamiento del sonido y la exposición progresiva. Sé que en ocasiones solo hablar del término exposición, puede hacer temblar a una persona que padece misofonía. Ya que en muchos casos, tratando de encontrar un remedio para la misofonía, hay personas que han pasado por procesos horribles en los que la palabra “exposición” ha significado básicamente un: -escucha este sonido y aguanta todo lo que puedas-. Nada más lejos.
En nuestro método de trabajo este tipo de intervenciones están catalogadas prácticamente de tortura medieval (con un poquito de humor y exageración), y en ningún caso se implementan de ese modo.
Más concretamente esta fase consiste en utilizar en primer lugar sonidos neutrales o mínimamente desencadenantes, ante los cuales implementar las técnicas previamente adquiridas. Poquito a poco, conforme vayamos comprobando que podemos afrontar el manejo de estos sonidos, iremos utilizando desencadenantes de mayor dificultad. Lo que nos permitirá descondicionar la asociación cognitivo-emocional del “no puedo soportarlo y entro en pánico”.
Este proceso nos permite ir comprobando que puedo manejar esas sensaciones y que mi activación no se dispara como previamente lo ha hecho.
En definitiva, conseguimos que poquito a poco a nuestro cerebro se sienta seguro de que, con esa cajita de herramientas, ahora puede seleccionar y llevar a cabo la que más necesite cuando ese “odioso sonido” se reproduce. Afianzando la creencia de que ahora, poniendo en marcha lo aprendido, ni la ira, ni la frustración ni esa horrible ansiedad descontrolada aparecen. Finalmente, esos sonidos dejan de ser estímulos “dañinos” para nuestro cerebro, desactivándose la hipervigilancia constante y el estado de alerta que hasta ahora trabajaba con el fin de “protegernos”.
Como te prometí al principio, es necesario trabajo pero eso de que la misofonía no tiene remedio no es verdad. Si sientes que esos sonidos están condicionando tu día a día, no dudes en pedir ayuda profesional.